No se si será una enfermedad del nuevo siglo, o si realmente se perdió el oficio por lo poco practicado, o por lo aparentemente inútil del empeño, o por el olvido. También puede que la razón venciera la batalla al sentimiento o la tecnología al arte, para dejar huérfana la profesión de caballero andante, esa que tanto ríos de tinta y sangre hizo correr a lo largo de la Historia.
Pertenezco a una generación a la que no le faltaron las páginas de los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros, dónde el Quijote era lectura obligada en el instituto, que creció emocionado viendo como Luke Skywalker se convertía en un caballero Jedi, y cuya máxima aspiración era pasearse algún día con una espada de luz entre las manos, matando al cruel enemigo siempre tangible e inmortal.
Ulises31, Rui el pequeño Cid, Excalibur, el inefable Señor de los Anillos en sus múltiples versiones y, por último, y casi a destiempo, los Caballeros del Zodiaco marcaron el demiurgo de un universo en el que los iconos, sagrados o no, correspondían a viejos caballeros con espada o catana en mano. Y eso, acompañado a las propias experiencias y tendencias personales, la verdad, causó mella en más de uno de nosotros.
Es muy difícil hablar del estudio del Bushido o de las reglas de caballería en estos tiempos, es muy difícil describir la vida como una prueba continua, en la que transitas respetando al máximo el prójimo e intentando minimizar cualquier daño a base de cargarte el mundo a la espalda y seguir buscando tu sitio con la idea de no hacer daño, de cambiar lo oscuro por lo claro de las palabras, y de los actos.
No soy un santo ni estoy totalmente loco. Ojala se diera cualquiera de las dos circunstancias. Como todos, me he equivocado y, a veces, e buscado refugio en la caverna, porque enfrentarte al mundo sin cadenas es una ardua y temeraria labor. No he desestimado caminos intermedios, y cuando he visto que la senda que recorría me causaba más infelicidad que aciertos, he cambiado, muy a mi pesar, de dirección, aunque, en la mayoría de las ocasiones, no encontrar estrella que guiase, ni más luz que la de mi propia lamparita interior, ni más brillo que la de mi espada chocando contra el acero.
Todos los saetazos fueron directos al corazón y muchos de ellos no los paré, conociendo incluso la gravedad de la herida que sufriría a posteriori. Pero, eso si es cierto, cuando no me queda más remedio, cuando la tocada de cojones supera lo humanamente soportable, entonces me detengo y ataco con la desesperación del ignorante y con la fuerza del que sabe que, agotadas todas las posibilidades, sólo puede enfrentarse al enemigo, entonces, y sólo entonces, muestro el rostro de la muerte, que siempre me acompañó escondida y que no desenvaino alegremente por el daño que pueda infringir.
Como rezaban las antiguas espadas, no me envaines sin honor si me desenvaines sin razón. Ahora, sólo me queda un camino y tristemente lo acepto: o tu o yo. Lo demás será ficción literaria o carne de pleitos.
Rectificar es de aspirantes.
En la cita o entrada que acabo de releer tras una conversación cercana me he dado cuenta que lo antes expuesto pertenece a un enfrentamiento en el territorio de lo personal. Quiero aclarar que en el caso al que me refiero no busco una venganza, si no que prevalezca lo justo, entendiendo por lo justo lo que beneficie de forma equitatíva ambas partes.
Firmado:: Un aspirante.
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2 comentarios:
Dices que hace tiempo que dejaste de creer en las casualidades, pero te aseguro que existen, para mi propia sorpresa.
No se lo que te ha ocurrido,(¿desamor?) pero todavía pervive en ti la hazaña del niño, que pegado a su guitarra, soñaba conmigo nuevos amaneceres en ese mundo "marciano" y maravilloso que habitabamos, a la luz de las hogueras.
Esta noche, siento que no han pasado los 20 años que me separan de aquellos días.
Por favor, dale miles de besos a lo que de aquel niño quede en ti. Le recuerdo con infinito amor.
Ni el niño ni el supuesto adulto olvida ese mundo de Marte y el brillo de la hoguera que tanto y tantas cosas calentaba. Vivir esos fuegos es como beber agua del Nilo....
Gracias por el amor del pasado, desde el alma que no tiene edad y no olvida el valor de lo compartido, con el mismo infinito amor de las cosas y de los momentos sin tiempo.
Christian
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