No os refugiéis en vuestros gigantescos despachos, en las leyes diseñadas a vuestra medida, en vuestros policías, en vuestros ejércitos, en la imposición del mal. Dejad de modificar el destino del pueblo, con vuestros acuerdos miserables. Dejad de arrancarnos la razón, la voz, la palabra escrita, los días. No queremos cambiar nuestro precioso tiempo por vuestro dinero. Cuando llegue el momento, lo quemaremos junto con todo el papel timbrado en el que os escondéis para disipar la justicia y disfrazarla de palabras huecas, para comprar a los que sueñan con techos dorados mientras el resto padece el frío a ras de suelo, el hambre a golpe de visa, la subsistencia como sucedáneo de la vida.
No creemos en vuestros cargos, en las distinciones ni en las medallas que os repartís entre vosotros.
Dejad de gestionar la usura de ‘te dejo tanto y me devuelves el doble’, amparados por el gobierno, por todos los gobiernos, que esperan sacar tajada continua de tu escasa energía.
No sois los dueños de la tierra porque la estáis matando, no sois los dueños de las personas porque no significan nada para vosotros, no tenéis nada más que vuestro dinero y el poder de destruir, de modificar, de no respetar siquiera el destino.
El poder efímero te debilita y te convierte en un siervo en pro de la sin razón o lo políticamente correcto, en pro de aumentar vuestra riqueza en un estado de bienestar al que sólo acceden los señalados por el dedo.
En la naturaleza no existen cárceles ni presos, no existen el trabajo remunerado, no hay escasez de medios, ni dueños ni esclavos.
Regresemos a los árboles, a los atardeceres, al respeto sagrado a la vida, a la tribu, al amor de la manada, al olor de la tierra, al viento de cara, al sueño bajo un cielo estrellado lleno de promesas, muy alejados de vuestra sociedad particular y limitada y muy cerquita de nuestra alma… donde la felicidad sea un bien compartido y no la mentira efímera de unos pocos y el amor no fluctúe en bolsa.
Aclaración, la anterior entrada la escribí sumido en la pena de enterarme del levantamiento del cadáver de un sin techo que pernoctaba en el cubículo destinado a un cajero automático de un banco cercano a casa. Por lo visto en varias ocasiones la policía le instó a que abandonara ese recinto e ingresara en alguno de los albergues de la comunidad. Pero se negó reiteradamente, seguramente el propio abandono o la falta de fuerza le impedía actuar de un forma lógica.
En varias ocasiones pasé por delante de el y no moví un dedo siquiera pensé en ofrecerle un café o simplemente preguntarle si necesita algo. Me resulta demasiado prosaico que un hombre sin nada muera a las puertas de un dispensador de billetes, me resulta demasiado duro pensar que su prueba fue resistir y la mía hacer algo que siquiera me pasó por la cabeza.
La frialdad de la noche madrileña, junto con la frialdad del corazón de las personas que pasamos a su lado sin hacer nada acabaron con su vida. Que donde esté encuentre el amor que le falto en este mundo
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1 comentario:
Que triste Don Cristiano.
Que no veamos esas cosas no quiere decir que no existan, ud. lo ha comprobado.
En fín, un abrazo.
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