Al otro lado se encierran los débiles en su armadura de fuertes. Se fortifica el miedo a ser uno mismo y se llena de ruido para no enfrentarse al silencio. Al otro lado, las palabras duras derriban a los ataques, se da mucho y callando, se sufren los disfraces, se pierde el carácter, la compostura y la cordura no se domina; se es dominado por el miedo al rechazo, a la respuesta hostil del medio, a que asome un trocito del alma entre el chaleco antibalas.
Al otro lado lo temes, te parece el mal desde fuera. Se viste con pinturas de guerra, se vende fiero, pretende en todo momento alejar los ataques. Al otro lado se vive más, pero hace más daño, se encajan los golpes de los que parecen inocentes y se sufre cada injusticia como propia. Al otro lado no se entiende de buenos o malos, se aceptan los defectos, los colores grises, se lucha contra los estigmas, se impone la razón, se protege con alambre de espino la preciosa vida del abandonado. Al otro lado se golpea más duro porque duelen más los golpes y se pierde la medida. Al otro lado, un santo puede parecer un demonio, un loco cuerdo y todo es verdad y mentira según el día y como te levantes. Al otro lado sólo existe la ley del más fuerte, intentando imponer justicia y proteger al débil aunque no lo comprenda.
Al otro lado viven muchos que nunca entendí, que quiero y admiro y se hicieron fuertes a fuerza de querer parecerlo.
En medio del miedo infinito al otro lado se lucha para vivir sin miedo
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Un día te despiertas y descubres que ya no te quedan lágrimas. Que has gastado las que tenías para toda la vida en llorar por tí y por los demás, pero sobre todo por tí. Te das cuenta de que la pena te ha ganado esta batalla, pero te levantas. Y tienes la certeza de que ya nunca más volverás a llorar. Que no puedes, que te has hecho de piedra ante la autocompasión y la pena blanda, ñoña y vacía. Descubres que ya no sientes piedad por tí y que ahora quieres ganarte tu propio respeto. Que la compasión por los demás, no tiene nada que ver con llorarles. Y te pones el chaleco antibalas sabiendo que nunca volverás a quitártelo. Has elegido luchar, por tí, por los que quieres y por los que no conoces.
Quienes se cruzan contigo se apartan: saben que tienes espinas, aunque sepan que no están destinadas a ellos. Otros creen que tu chaleco es un disfraz, que encubre un corazón cándido, esperando ser descubierto. Y se hacen daño al buscarlo, porque golpean contra la montaña de roca, intentendo encontrar lo que buscan debajo de ella. Pero sólo unos pocos ven que debajo del chaleco estás tú, que tu piel se ha fundido tanto con tu armadura que ya no hay distinción y te aceptan como eres, sabiendo que tu coraza es al mismo tiempo tu fuerza y tu talón de aquiles.
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