Porque en la media luna de tus brazos me rescatas del ades, siempre apareces cuando el viento sopla a vendaval, entre las cenizas del último naufragio y con el futuro guardado en un papel en blanco, por lo que pueda sucederme, con el corazón cicatrizando y muchas ganas de lo que ya sabes. Después te pierdes con el aire, como te gusta decirme, como te encontré, con 22 razones para volverme loco y un montón de camino para desaparecer.
En el fondo pienso que siquiera te conozco, que siempre que te encuentro es para enseñarme que la vida continúa y que en el hospital de tus besos puedo recuperar la razón, y corro, si no sé vivirlo, el peligro de perderla, si es que me queda algo más que perder.
Sabes a nena, a raza, a manto de noche en tu pelo, a refugio del cansado, a magia zíngara, a mujer sin pertenencia, sin ausencia. A cadena rota, a ozono de tarde de lluvia y risa, a tabaco de niña.
No te preocupes que no pretendo atraparte. Sé que si lo intento regresarás al mundo de los libres y sólo podré mirarte tras los barrotes de la cárcel, que es pensar que alguien me pertenece, perdiendo así la oportunidad de recuperarme entre tus brazos del transplante de miocardio. Ojalá yo también te sirva de bálsamo, aunque sea de tigre.
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