Quizá la arena que ahora escapa de tus manos sea la que marque el reloj de tu tiempo de felicidad. No te lamentes si no comprendes el por qué, simplemente agradece la información al destino, pues sólo con ella podremos evitar sufrir en el futuro.
Escribo palabras para que el viento las lleve a quién las necesite escuchar, y para mi mismo, que no regresé del laberinto porque Ariadna decidió tirar de bobina para coserse unos botones en su chaqueta (eso sí, muy bonitos) y volvió a casa con un pequeño olvido.
Yo supuestamente descendía las escaleras del infierno, que son esas en las que escuchas a Sabina, a Aute a Alejandro Filo, empaquetas cajas, intentas guardar fotos sin prestarles mucha atención y en fin, bajas peldaño a peldaño cada uno de lo estadios que conducen a la presencia de la bestia.
El día que encontré al Minotauro, que toqué fondo, no podía entra a una casa que supuestamente me pertenecía en lo formal, y en lo sentimental me pesaba como una argolla atada a mi pierna izquierda en medio del mar. Me quedé sentado en el portal durante muchas horas. Anocheció y, muerto de frío, cansancio y tristeza, ascendí los cuatro pisos sin ascensor que me separaban de lo que en, ese momento se me antojaba la puerta del infierno, con inscripción de "abandona al entrar cualquier esperanza" incluida. Inevitablemente, entré sin querer pensar (y sin poder remediarlo) dónde estaba Ariadna, luego me encaminé al baño que estaba oculto o perdido en cualquiera de los recodos del mini laberinto, me lavé la cara y me encontré a bocajarro directamente enfrente del rostro del Minotauro que hacia años que me esperaba al otro lado del espejo. ...
Al tiempo, nos hicimos íntimos, cenamos mientras repasamos lectura juntos, lloramos, reímos, nos emborrachamos y salimos de caza. Él me enseñó que mi parte animal es mucho más humana que la persona que se marchó, y que, con pocas cosas, mucho amor instintivo, aspecto fiero y años de levantar cimientos a tu alrededor, se puede aprender tanto como para darte cuenta que el infierno es paso obligado para encontrar a Enkidu y que conviva en paz junto al príncipe Gilgamesh, que vivía entre algodones, y, no tenía ni puta idea de la vida antes de conocer al animal, y darse cuenta que no podía prescindir de el siquiera tras la muerte.
A veces, en el hades, conoces personas y aprecias matices nuevos. De el mío salí con una pluma en la mano y entre el mar y el asfalto en la cabeza; muchos besos desconocidos y una postal escrita por el animal que rezaba "no regreses es simplemente innecesario". Y cuando el frío aprieta o siento el puñal canalla de quién me amaba y ahora pretende desangrarme, la releo mientras intento recuperar el sueño perdido.
No en vano prefiero a los animales...
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1 comentario:
Me encanta tu nueva foto. Y yo también suelo preferir a los animales, aunque lo bueno de las personas es que nunca nos dejarán de sorprender, ya sea para lo bueno o para lo malo...
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