La parte que está inmóvil, que permanece detenida en el tiempo imaginario, habita un faro antiguo. Decidió retirarse del mundo, o mejor dicho, entrar en el mundo de lo real de los grandes espacios abiertos sin edificios que llenen de ruido el maravilloso espectáculo del firmamento limpio, ni humos, ni muchos destellos. A esa parte, la luz fuerte le hace daño; prefiere las velas y la lumbre delicada, prefiere las estrellas y el candil al frío neón de oficina.
Tiene una bodega modesta, construida a base de los regalos de los muchos amigos que le visitan para charlar o escuchar música mientras contemplan atardece asomados desde la ventana del faro, que es como mirar el mundo desde el ojo de un dios bondadoso y antiguo.
Esa parte encontró hace muchos años el amor. No fue una explosión, sino un reconocimiento. No fue una posesión más, porque le aterra creer que tiene algo, y sabe que realmente no poseemos nada y menos a las personas; cree que las cosas le atan al mundo de las cosas y prefiere la realidad de un momento bonito que permanece en el recuerdo del alma, a un objeto pasajero. No vive sólo ni acompañado, simplemente vive pero, desde el momento que reconoció a su otra parte, le abandonó la sensación de soledad que durante muchos años le acompañó como aliada.
Comparte sus días con un perro llamado Sombra que se encarga de mantener el buen humor jugando libre, sin miedo y sin ninguna prisa. También le acompaña una gatita que llamó Nena, es negra y de noche apenas se distingue en la penumbra, salvo por sus dos grandes ojos que siempre miran llenos de curiosidad y amor.
Sigue escribiendo porque entiende más lo que le ocurre a través de la letra impresa y de esa forma no tiene vergüenza al expresar lo que siente como cuando habla. Pero últimamente sólo escribe poesías de amor que envía sin remite a mujeres desconocidas, mientras se complace imaginando la reacción de quien las recibe.
Aprendió a tocar muchos instrumentos, con el virtuosismo necesario para divertirse no más, y no es extraño que le sorprenda el amanecer ensimismado con algún nuevo sonido como quien busca una melodía que nunca llega a concretar totalmente. Procura escuchar música clásica a diario porque eso le hace sentirse más cerca de lo divino, y repasa lecturas antiguas como el que visita a un viejo amigo.
Tiene un huerto pequeño en el que planta tomates, albahaca, maría y mucha fruta. Se levanta para cocinar temprano al amanecer; después pasea para visitar a sus amigos y charlar sobre cosas trascendentales, como inventar colores nuevos, o cuál es el mejor viento para volar cometas. O el último plato que, según dice, le inspiró sirio una mañana que quiso permanecer visible en el firmamento hasta el medio día. Sigue haciendo fotos y pintando, pone incienso a sus dioses y continúa durmiendo con una catana cerca de la cama para matar los fantasmas que merodeen sus sueño. Ya no siente miedo alguno y lo único que necesita para seguir siendo feliz son cinco minutos… para seguir siendo feliz cinco minuto más y así hasta lo infinito.
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1 comentario:
Que felicidad!! que bonito, donde se encuentra esa forma de vivir? Quien ese afortunado? mira que yo lo intento y creo que no lo llevo nada mal. Sobre todo después de venir de vacas tan tranquila, hasta voy en mi bici más despacio y eso me hace sentir feliz.
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