martes, 8 de abril de 2008

Mi pañoleta

Lo creas o no, lo que está pasando, es cierto. Ya no quedan ni siquiera muchos de los recuerdos de todos esos años de clases, risas y pintura. Ni del niño adolescente que recorrió mucha montaña, mucho camino, con una guitarra al hombro y rodeado de amigos que adoraba.
Ya ves cómo pasa todo tan rápido, tan irreal y a la vez muy concreto, con fechas, localizaciones, nombres, registros de una historia que nos atañe a muy pocos, como una película. Incluso, dio tiempo a que alguna foto empiece a amarillear, como las que nos enseñaban nuestros padres. “Mira, este era yo de joven”.

Ayer encontré en el cajón de los calcetines, muy arrugada, mi vieja pañoleta. Sigue teniendo alrededor del nudo un cierre de piedra con una ‘s’, que me regaló un amigo. El ribete es rojo y se diferencian en una esquina, mal bordadas, las letras de mi nombre, de ese que fui y ahora apenas reconozco en el espejo.
No se cómo llegó a parar a ese rincón; seguramente para sobrevivir a las mudanzas y el tiempo. No se porque la olí y, a pesar de los muchos años que pasaron, sigue oliendo a fuego, a hoguera...

Cuántas noches dormimos al raso para ver la estrellas, cuántas veces nos sorprendió la madrugada cantando las canciones que componíamos. Mi pañoleta me trajo un recuerdo que quiero compartir con el que me lea y sepa de lo que estoy hablando.

Hace unos años, regresé por un azar del destino a una reunión en Granada de un grupo de jóvenes muy parecido al nuestro. Nos invitaron a cenar con ellos en la montaña, creo recordar que cerca de Gualix. Después, hicieron una hoguera y se pusieron a cantar muchas de las canciones que años atrás esparcimos al viento, cuando estábamos aprendiendo a vivir. Recuerdo una en especial que hablaba de los elementales que viven cerca de los lagos, en las grandes cascadas... La jefa de grupo y quien le enseñó las canciones era mi querida Pili, que tiempo después se tragó una carretera de Almería. Así pasó a engrosar las filas de mis hermanos que atravesaron el espejo. A veces, los imagino muy juntos cantando cerca de un fuego mucho más grande, que calienta el alma de aquellos que seguimos marchando dentro del bosque.

Mi pañoleta me trajo un recuerdo muy concreto, y no me cuesta imaginar en ella el polvo del camino, el eco de nuestras voces, el brillo de alguna estrella fugaz y las muchas "noches de las antorchas" que marcaban el final de un campamento. Aún conservo alguna cinta de casete, con nuestras palabras grabadas, pero me cuesta mucho escucharla.

No se si será la lluvia, lo especial de la situación en la que me encuentro, o que piso ese terreno en el que la edad te da la posibilidad de contemplar el pasado sin demasiado deterioro y el futuro con algún atisbo de esperanza. Quizá, simplemente, fue el susurro de ese tan querido trozo de tela que me acompañó durante los años más felices de mi vida. Pero ensimismado entre recuerdos, me di cuenta de que, gracias a todo lo que viví, reuní la fuerza suficiente para seguir creyendo en la magia y que lo realmente bello, lo realmente valioso, son las experiencias:

Aprovecha el momento, me gritaron sus hilos gastados, aprovecha el momento... Y escuché el golpe de un tambor lejano, perdido en la noche de los tiempo.

Que el Dios Jano siga guiando los pasos de los que fuimos y, de una forma muy especial, seremos siempre.

1 comentario:

Arcano dijo...

quizas la vida sólo es una estación de las cuatro posibles,
¿ya has elegido la tuya?
en la mia hay lluvia, estrellas y viento sobre los árboles... :)