miércoles, 30 de abril de 2008

tormentas de verano

Llega un día en que rompe la tormenta, las gotas de lluvia te atraviesan como balas y terminas por desaparecer. Lo único que queda de ti son los recuerdos y no estás dispuesto a prescindir de ellos porque es lo único que sigue dando coexistencia a todo lo vivido. Muchos te matan y los encierras en un parte de difícil acceso, pero ocultos esperan a que te desnudes y abandones la armadura para presentarse ante ti, en medio de la noche o de cualquier circunstancia dura, con el mal tiempo, los domingos por la tarde o simplemente cuando dos personas se besan y te das cuenta de que no estás tan entero como pretendes aparentar y puedes engañar a todo el mundo vistiéndote de fuerza y locura. Pero,, en el fondo sigues siendo tú el que, tendido al sol, seca el corazón con los tomates, seguro que dentro de poco meteré el mío en un bote con aceite basílico y parmigiano (reggiano) para terminar haciendo con él salsa para los espaguetis. El que quiera está invitado a cenar que, seguramente, me sale de puta madre.



Últimamente no sé dónde situarme y he preferido borrarme de cualquier situación que no me atañe y en la que no quiero tomar partido porque todo me resulta demasiado doloroso. Me siento en medio de una tormenta de arena en un desierto, en el cual no encuentro más descanso que mis amigos.

La caravana partió hace un año y medio y sigo sin encontrar rumbo fijo más que el de las estrellas imaginarias que, fugaces, cruzan el horizonte, como promesas de un amanecer que no llega a producirse, pero que estoy seguro que me encontrará más fuerte. Me enseñaron que en medio de la noche es cuando las luces más pequeñas se ven desde más lejos. Enciendo mi luminaria y espero con la seguridad que here comes the sun. Y si no, tranquilo, que ya lo encontraré yo.


Marcho al mar con mi tribu. Ojalá que a mi regreso lo único que encuentre de esta civilización sea una gran fábrica de cerveza y un puñado de amigos descojonándose mientras beben.

miércoles, 16 de abril de 2008

Me he pasado la vida entera siendo tu sombra, persiguiendo un sueño que apenas comprendí en su momento y cuando quise apresarlo se torno imposible.

Buscando señales, amaneceres, dando importancia a lo importante, hablando demasiado, queriendo a mucha gente, a veces más que a mi mismo.

Tocando fondo, emborronando papeles, primero con canciones y luego con letras de supervivencia, como este blog.

Aprendiendo como soy, girando en círculos concéntricos, conociendo a hostias el mapa del laberinto.

Intentando encontrar un ritmo para mi tambor, para mi alma.

Soñando con una dama de cuento que me rescataría del terrible temporal que me persigue a medio camino entre la soledad y la locura.

Amontonando años con recetas de cocina, canciones y recuerdos.

Despidiendo mucho y recibiendo a pocos, siempre rodeado de mujeres, y la vez muy sólo, siempre enamorado y la vez muy sólo.

Reinventando palabras y encantamientos para que venga el amor, la alegría. Sacando fuerzas de putadas.

Contando olas.

Sobreviviendo a naufragios.

Corriendo a todas partes, en ciudades muy grandes dónde me sentí siempre muy pequeño, sin nada en el bolsillo, saltándome cualquier regla preestablecida, cualquier imposición que no fuera personal.

Acompañando a las puertas de la muerte a personas y animales que amé mucho y sentí que al apagarse su vida encendían una luz al otro lado y en mi alma y se llevaban un trozo de mi que jamás regresó: es el precio de la supervivencia.

Intentando conciliar al Italiano, el madrileño y el andaluz que llevo dentro.

Añorando a amigos que siempre estuvieron lejos y disfrutando de los que tengo cerca.

Paliando el insomnio con cualquier libro interesante que llegase a mis manos. Rompiendo el silencio con música, muchas noches si no la escucho no me encuentro.

Pensando que un Dios antiguo me acompaña, pese a sentirlo en muy pocas ocasiones. Me arrodillé ante los altares y en todo tipo de templos de las creencias más dispares para darme cuenta de que lo más cerca de lo divino es delante del mar estrellado.

Adorando a mi madre, comiendo pasta, bebiendo cerveza, bailando como un poseído, soñando con el sur y el mar, intentando minimizar el daño directo y colateral que pudiera infringir a los que rodean, hablando de frente y de corazón.

Anteponiendo el amor al sexo, los deberes a los placeres, pagando la cuenta y partiéndome la cara si en justicia la situación lo requería.

Y todo, para darme cuenta de que hay gente que sólo sabe que no sabe nada y otros que, como yo, más que saber, no tenemos ni puta idea, pero seguimos bailando.

lunes, 14 de abril de 2008

La oración del pirata

Señor, te rezo por mí y por los compañeros piratas que cruzamos todos los océanos que nos permitió la fortuna, que más que considerar si la botella está llena o vacía preferimos bebérnosla (por supuesto de ron), que no cambiamos dormir en cubierta para ver las estrellas por cualquier suite de lujo.

Te pido por esa familia de huérfanos de cadenas que tuvimos que adaptarnos a la sociedad, para que nos concedas la posibilidad de ser libres y regresar al mar.

Por los que cambiamos el parche en el ojo por las gafas de oficina, el abordaje por los informes, el océano por un agujero hipotecado. Concédenos la fortuna de romper el horizonte a bordo del galeón y escuchar el golpe de los cañonazos en el corazón, atacando a cualquier nave de banqueros o de millonarios religiosos o de mercenarios disfrazados de soldados (que es lo que siempre fueron) y pasar uno a uno a cuchillo antes de que se adueñen por completo de este mundo.

Danos la gracia de llenar las galeras de oro para arribar a tortuga y dilapidarlo lo antes posible en comidas, juergas y putas con los colegas, y regresar corriendo a puerto sin un real encima, libres y felices, como sólo los que no tienen ni miedo pueden hacerlo. Cómo los que lo perdieron todo, incluso el corazón, y están libres de cargas para disfrutar más de la vida

Danos la posibilidad de conocer mundo sin necesidad de hacerlo sólo 30 días al año, líbranos de los impuestos, de fichar cada mañana, de las comerciales macizas, de los trajes y uniformes, de los dictadores que ofrecen trabajos y pretenden comprar tu alma por mil miserables euros al mes. Concédenos la gracia de colgarlos del palo mayor mientras nos descojonamos en cubierta.

Líbranos de los atascos, las multas, los aparcamientos, los madrugones, la tele, los malos humos, las bonificaciones por objetivo cumplido, las medallas al mérito, la sangre teñida de diferentes colores y posiciones sociales, de la canallesca de la usura.

Devuélvenos al salitre, el viento de cara, la humedad hasta los huesos y esa sensación de mirar al horizonte y saber que el mundo es tuyo, no porque te pertenezca, sino porque lo navegarás por completo. Dejando atrás a una sociedad que dejó de tratarte como un esclavo y comienza a considerarte un enemigo.

Te lo pido por Poseidón, por Neptuno, por las sirenas, y sobre todo por todos lo hermanos piratas, fieros de apariencia y nobles de corazón, que encontré en esta y es muchas otras vidas.

Para que juntos cubiertos de gloria y vestidos de libertad orademos las tierras más lejanas y llenemos de nuevo el mundo de sueños y tesoros olvidados que tanta falta hacen para seguir viviendo.

miércoles, 9 de abril de 2008

Lo que viene siendo

Me cuenta una amiga cercana, con bastante estupor por mi parte, que ayer por la mañana recibía una llamada del presidente de la empresa en la que trabaja, para comunicarle que en breve llegaría a su casa un burofax para comunicarle el despido de su puesto de trabajo. Sin más, se despide y cuelga. El delito que ha cometido es que se rompió la muñeca, fue operada de urgencias, y actualmente está en rehabilitación para recuperar la movilidad y lleva de baja unos dos meses.

Buscando información en internet sobre el tema, me encontré con un abanico de situaciones que sólo puedo calificar de espeluznantes por la catadura moral que demuestra la clase empresarial de este país y por la falta total de humanidad, que caracteriza el comportamiento de los "poderosos" y las extrañas leyes que nos tendrían que amparar.

De entre los muchos casos que aparecen, saltando (con muchos cojones eso si) los despidos a embarazadas y enfermos, el que más me llamó la atención es el de un mujer (cómo casi siempre) llamada Georgina Grau, que tras sufrir el derrumbe de su vivienda en el Carmel, es despedida de su trabajo por ir unas horas a identificar de entre los escombros lo que quede de sus objetos personales. Ya que no te queda nada, te dejo sin trabajo, así te busques la vida y no me pongas esa cara mustia, mujer...

Situaciones así, se están repitiendo diariamente, y las sufrimos profesionales contratados. Miedo me da pensar, las circunstancias supuestamente laborales en las que se tienen que ver esos llamados sin papeles, que se han construido las viviendas de la especulación, seguramente a golpe de látigo, y plantan y recogen gran parte de los alimentos que llegan a nuestros mercados.

¿Cuantas españas hay actualmente? ¿La de los indigentes/sin papeles, la de los trabajadores abandonados a la generosidad, el carácter, y la impunidad de los empresarios? ¿Y luego? ¿La otra? ¿La de la clase dirigente que se rompe una uña en un gran almacén y son capaces de ganar un juicio con compensaciones millonarias? La respuesta es muy clara: una es la España de los esclavos, que pagan impuestos, ivas, ibis, suelen cobrar un sueldo miserable y su libertades (la de respirar y poco más) vienen reguladas por la leyes comunes. Y otra, es la de los señores (como en el medievo) que hacen lo que se les canta y si tienen que cambiar algo se cambian las leyes, tal y cómo hizo Berlusconi al cambiar la ley de que prohibía al presidente del un holding de comunicaciones ocupar el cargo de primer ministro.

La historia de nuestros derechos, laborales, humanos y en particular la de los desgraciados que venimos siendo explotados desde hace milenios, no cambia demasiado en la actualidad. Para mí, la principal diferencia es que en el XVII, siempre te quedaba la opción de retarte en duelo y dejar al susodicho hijo de la gran puta con un palmo de acero entre pecho y espalda.

En la actualidad estás supeditado a un juicio por lo laboral que, en el mejor de los casos, exigirá tu reincorporación a la empresa, en la que te harán la vida imposible (moving), o una indemnización de 45 días por año trabajado. Lo que es igual a que el que tiene dinero perpetuará su voluntad, mientras el resto seguiremos sufriendo todo tipo de abusos amparados por la ley.

Puestos así, sólo me queda pedir penas de cárcel para empresarios que no respeten los derechos humanos de los trabajadores, pero para eso deberíamos saber cuales son los derechos humanos. Eso si que sería difícil de delimitar en un mundo cómo el que hemos creado.

martes, 8 de abril de 2008

Mi pañoleta

Lo creas o no, lo que está pasando, es cierto. Ya no quedan ni siquiera muchos de los recuerdos de todos esos años de clases, risas y pintura. Ni del niño adolescente que recorrió mucha montaña, mucho camino, con una guitarra al hombro y rodeado de amigos que adoraba.
Ya ves cómo pasa todo tan rápido, tan irreal y a la vez muy concreto, con fechas, localizaciones, nombres, registros de una historia que nos atañe a muy pocos, como una película. Incluso, dio tiempo a que alguna foto empiece a amarillear, como las que nos enseñaban nuestros padres. “Mira, este era yo de joven”.

Ayer encontré en el cajón de los calcetines, muy arrugada, mi vieja pañoleta. Sigue teniendo alrededor del nudo un cierre de piedra con una ‘s’, que me regaló un amigo. El ribete es rojo y se diferencian en una esquina, mal bordadas, las letras de mi nombre, de ese que fui y ahora apenas reconozco en el espejo.
No se cómo llegó a parar a ese rincón; seguramente para sobrevivir a las mudanzas y el tiempo. No se porque la olí y, a pesar de los muchos años que pasaron, sigue oliendo a fuego, a hoguera...

Cuántas noches dormimos al raso para ver la estrellas, cuántas veces nos sorprendió la madrugada cantando las canciones que componíamos. Mi pañoleta me trajo un recuerdo que quiero compartir con el que me lea y sepa de lo que estoy hablando.

Hace unos años, regresé por un azar del destino a una reunión en Granada de un grupo de jóvenes muy parecido al nuestro. Nos invitaron a cenar con ellos en la montaña, creo recordar que cerca de Gualix. Después, hicieron una hoguera y se pusieron a cantar muchas de las canciones que años atrás esparcimos al viento, cuando estábamos aprendiendo a vivir. Recuerdo una en especial que hablaba de los elementales que viven cerca de los lagos, en las grandes cascadas... La jefa de grupo y quien le enseñó las canciones era mi querida Pili, que tiempo después se tragó una carretera de Almería. Así pasó a engrosar las filas de mis hermanos que atravesaron el espejo. A veces, los imagino muy juntos cantando cerca de un fuego mucho más grande, que calienta el alma de aquellos que seguimos marchando dentro del bosque.

Mi pañoleta me trajo un recuerdo muy concreto, y no me cuesta imaginar en ella el polvo del camino, el eco de nuestras voces, el brillo de alguna estrella fugaz y las muchas "noches de las antorchas" que marcaban el final de un campamento. Aún conservo alguna cinta de casete, con nuestras palabras grabadas, pero me cuesta mucho escucharla.

No se si será la lluvia, lo especial de la situación en la que me encuentro, o que piso ese terreno en el que la edad te da la posibilidad de contemplar el pasado sin demasiado deterioro y el futuro con algún atisbo de esperanza. Quizá, simplemente, fue el susurro de ese tan querido trozo de tela que me acompañó durante los años más felices de mi vida. Pero ensimismado entre recuerdos, me di cuenta de que, gracias a todo lo que viví, reuní la fuerza suficiente para seguir creyendo en la magia y que lo realmente bello, lo realmente valioso, son las experiencias:

Aprovecha el momento, me gritaron sus hilos gastados, aprovecha el momento... Y escuché el golpe de un tambor lejano, perdido en la noche de los tiempo.

Que el Dios Jano siga guiando los pasos de los que fuimos y, de una forma muy especial, seremos siempre.

jueves, 3 de abril de 2008

Lleno de colores

Vivo en mi Lavapiés, que en primavera olvida su práxis habitual de delincuencia mezclada con convivencia, y sale a la calle a celebrar cualquier rayito del sol, llenándolo todo de colores.
Por la mañana, cuando atravieso, (generalmente corriendo) la cuesta que conduce al metro, me encuentro con niños que van al cole vestidos de uniforme y acompañados de su madre. Ellas pintan de color la calle con sus trajes tradicionales: las de la India, con sus saris de seda y siempre arregladiiiiiiisimas, parecen princesas salidas de un cuento de las mil y un noches. También están las musulmanas, que esconden su rostro tras el velo, dejando al descubierto los ojos y esa mirada sin tiempo, que parece que te atraviesa cuando se posa en ti. Las mamás más jipis, "arreglá pero con rastas" (que buenas que están), algún papá trajeado (es que en los hombres me fijo menos, por eso sólo recuerdo uno, y vestido así o es que llevan menos al cole a sus niños). En definitiva, todo un ramillete de razas. Lo verdaderamente bonito es ver cómo los padres ensimismados suben automáticamente la calle y los niños se juntan entre ellos sin distinción de piel o creencias religiosas para jugar, como un arco iris de buen rollo. Ojalá pudiéramos conservar la pureza infantil, que no entiende de etiquetas a la hora de compartir algo. Seguro que el mundo sería más amable (de amar).
Por la tarde, la multitud se agolpa literalmente al acecho de una mesa en alguno de los muchos restaurantes diseminados por la cuesta. La calle huele a especias de vivos colores; se confunde la música que sale de las casas con el bullicio del gentío; la tarde naranja da paso al rojo vivo del cielo madrileño, que muere en una azul eléctrico, a esa hora se encienden las farolas antiguas, que reparten fogonazos amarillos a un barrio primaveral que no entiende de horas y abraza la noche con la intensidad de un adolescente.
El Negro se adueña entonces de las esquinas, por lo general, mal iluminadas, en la que no suele faltar agun camellito apostado, y contrasta con el verde fosforito del chaleco de los polis uniformados haciendo ronda. Abren los locales nocturnos, los locales íntimos encienden sus velas, mientras los más vivos llaman con sus neones a los incondicionales de la noche (entre los cuales me suelo encontrar), para terminar viendo chispazos fosforescentes tumbado en la cama del edificio rojo burdeos en el que vivo.
Los matices son muchos. Se mezclan los que percibo con mi propio estado de ánimo, pero lo que si es cierto es que, con el tiempo, me voy dando cuenta que el barrio/pueblo en el que vivo, si agudizas tu sensibilidad, puedes encontrar una maravillosa paleta de tonalidades tan diversa como las personas que lo habitamos. Yo soy azul como los tuaregs.¿De qué color eres tú?
Este post se lo dedico a mi querido Rubén, que será dentro de poco ciudadano de Lavapiés y añade así un matiz más a la alegría naranja de vivir rodeado de amigos.