viernes, 30 de mayo de 2008

Escaleras al infierno

Quizá la arena que ahora escapa de tus manos sea la que marque el reloj de tu tiempo de felicidad. No te lamentes si no comprendes el por qué, simplemente agradece la información al destino, pues sólo con ella podremos evitar sufrir en el futuro.
Escribo palabras para que el viento las lleve a quién las necesite escuchar, y para mi mismo, que no regresé del laberinto porque Ariadna decidió tirar de bobina para coserse unos botones en su chaqueta (eso sí, muy bonitos) y volvió a casa con un pequeño olvido.
Yo supuestamente descendía las escaleras del infierno, que son esas en las que escuchas a Sabina, a Aute a Alejandro Filo, empaquetas cajas, intentas guardar fotos sin prestarles mucha atención y en fin, bajas peldaño a peldaño cada uno de lo estadios que conducen a la presencia de la bestia.
El día que encontré al Minotauro, que toqué fondo, no podía entra a una casa que supuestamente me pertenecía en lo formal, y en lo sentimental me pesaba como una argolla atada a mi pierna izquierda en medio del mar. Me quedé sentado en el portal durante muchas horas. Anocheció y, muerto de frío, cansancio y tristeza, ascendí los cuatro pisos sin ascensor que me separaban de lo que en, ese momento se me antojaba la puerta del infierno, con inscripción de "abandona al entrar cualquier esperanza" incluida. Inevitablemente, entré sin querer pensar (y sin poder remediarlo) dónde estaba Ariadna, luego me encaminé al baño que estaba oculto o perdido en cualquiera de los recodos del mini laberinto, me lavé la cara y me encontré a bocajarro directamente enfrente del rostro del Minotauro que hacia años que me esperaba al otro lado del espejo. ...
Al tiempo, nos hicimos íntimos, cenamos mientras repasamos lectura juntos, lloramos, reímos, nos emborrachamos y salimos de caza. Él me enseñó que mi parte animal es mucho más humana que la persona que se marchó, y que, con pocas cosas, mucho amor instintivo, aspecto fiero y años de levantar cimientos a tu alrededor, se puede aprender tanto como para darte cuenta que el infierno es paso obligado para encontrar a Enkidu y que conviva en paz junto al príncipe Gilgamesh, que vivía entre algodones, y, no tenía ni puta idea de la vida antes de conocer al animal, y darse cuenta que no podía prescindir de el siquiera tras la muerte.

A veces, en el hades, conoces personas y aprecias matices nuevos. De el mío salí con una pluma en la mano y entre el mar y el asfalto en la cabeza; muchos besos desconocidos y una postal escrita por el animal que rezaba "no regreses es simplemente innecesario". Y cuando el frío aprieta o siento el puñal canalla de quién me amaba y ahora pretende desangrarme, la releo mientras intento recuperar el sueño perdido.
No en vano prefiero a los animales...

jueves, 22 de mayo de 2008

Amanece

Existe un tiempo indefinido, el que anuncia algo grande, el que vaticina que Samsara la rueda de la vida, está apunto de girar completamente. Es la paz que precede a la batalla, es el instante anterior al amanecer, cuando todo parece suspendido en el aire, cuando crees que no está ocurriendo nada, que seguirás siempre igual, que estás condenado a la oscuridad y el silencio... Y, entonces...

Comienza a sonar la orquesta. Al principio levemente. Entran los violines y casi no los escuchas, pero dentro, esa parte que aún cree que los sueños se pueden realizar, te advierte de que algo está pasando. Aumenta el sonido, el firmamento cambia de color: al principio el negro azul se torna grisáceo, luego eléctrico, violáceo, dejan de verse con nitidez las estrellas, porque ya no necesitas señales pequeñas para iluminar un camino que deja de ser oscuro.
Se añaden nuevos instrumentos a los violines: violas, violonchelos y contrabajos, la familia completa de cuerdas. Todo se sostiene y atisbas a entender la dirección del sendero andado. Distingues los pájaros trazando en el cielo caminos invisibles. La luz aumenta y ya no sientes frío en tus pies descalzos sobre la arena.
Poco a poco, el morado da paso al rojo. Entonces, el viento metal, trompas, cornetas, tubas… hacen que recuperes la fuerza, que se diluya la tristeza y te sientas pequeño ante el milagro de lo que ocurre y grande por participar de él. Irrumpe el coro. Las voces se mezclan con los anteriores sonidos y te das cuenta de que no estás solo, que la playa está llena de hombres y mujeres de todas partes que, como tu, llegaron al mismo momento de paz y comprensión. Alargas tu mano y encuentras otra que la recoge. Aumenta el ritmo, entra la percusión y todo adquiere velocidad. Los tambores retumban fuera y dentro de ti. Percibes que la caja de resonancia es tu alma, que despierta ante una llama de fuego que convierte al rojo en naranja, al naranja en amarillo y un circulo incandescente ilumina un firmamento lleno de matices de colores, de luz. Escuchas la orquesta al completo vibrando.
Las lágrimas limpian tus ojos cansados, sientes una emoción que creías perdida en la infancia y por fin comprendes por un instante que formas parte de la naturaleza, de los animales. del sonido, del viento, del color, de los que te acompañan, del mar, del sol, del universo y arrodillado en la orilla de un mundo despierto das las gracias y prosigues tu camino con el fuego del amanecer en ti.

martes, 20 de mayo de 2008

Bichitos

Amar es..

Quizá esta sea la última lágrima que viertas al suelo insaciable. Quizá de ésta crezca la semilla de la comprensión del que abandona el espacio de las relatividades y deja la lupa, cristal precioso del cesar, que teñía de colores el circo y añadía un matiz más a la realidad, por lo general tan difícil de apreciar, siempre filtrada por nuestros anhelos, miedos y la propia identificación del yo que se cobra su parte de disfraz, impidiendo desnudarnos al sol y entender que amar no es más que la interpretación penosa o enorme (depende de nuestra percepción) de un sentimiento de gravedad humana. La tierra nos atrae a su corazón para no dejar que nos perdamos en el espacio infinito, y así tu corazón me atrae para perderme en el finito espacio de tus brazos, a veces tan grande y otras, en cambio, tan carcelario.

No conoces más que un mundo de sentimientos y eso es lo que te impide ver el resto, siempre como loco tras un corazón desbocado, sin decisión de amar, sin contraste personal entre los signos externos y el redoble del miocardio. Detente un poco y experimenta la paz, o su hermana pequeña la tranquilidad: sin ella es imposible no apretar el botón de autodestrucción.
No conoces más que un mundo de pensamiento; concédete la posibilidad de aprender sin juzgar en qué fallaste. Ten por seguro que no se trata de acertar, esa regla cayó cuando te diste cuenta que nadie se merece que le califiquen, que tú no eres tus números, ni tus títulos ni tus medallas: eres una mujer que busca la luz en alguien que la ama y apaga sus día a la espera, en medio de un mundo en blanco y negro (con mucho grano).

Enciende tu alma, no pidas nada, vive el minutito precioso, el que te trae esta primavera, el que te lleva a levantar el teléfono, llamar a Dios y amenazarle con que le vigilas. Descojónate del mundo. No creas que todo lo que te está pasando es real ni un castigo, no busques más, encuéntrate y date el privilegio, concédete el divino sentimiento de disfrutar la vida que se llama entusiasmo, que abre los colores a una mañana en la que casi sin querer tropezarás con esa persona llamando a la puerta abierta de un corazón sabio de experiencias y feliz, al fin y al cabo, de seguir latiendo.

Tú eres mucho más fuerte que la mujer rota que me pregunta, mucho más que la mujer que espera. Sal de tu propio sueño, ése que no te permite verte completa, tal y como yo te veo. Cuando llega el momento no es por casualidad, es por que tú de alguna forma estás de nuevo preparada para vivirlo. Túmbate en el cielo, sin miedo y disfruta de un firmamento que te acoge y te permite brillar y mantener encendida la luz de tu alma. El tiempo no existe, tómate todo el que necesites y recoge la flor que este niño perdido, que juega a ser pirata, te da y te regala junto con un secreto que dice que amar es con amor y, el resto, es el polvo del mandala que, suerte de colores, esparcirá al viento el cuadro de una vida que ya no es la tuya sino de alguien que sufría y quedó atrás, herida a muerte por la felicidad.

Te lo dice tu hermanito que, a fuerza de equivocarse, se atreve a darte consejos con tal de verte feliz.

Uno, dos, tres. Abre los ojos, despierta; vive...

martes, 13 de mayo de 2008

DESPEDIDA

Abrí la mano y se hizo madera, mis dedos verdes hojas se doblaban a la brisa. Clavé mi pié en la tierra, dentro, para sentirme cerca de ella, para ser más fuerte y crecer. Busqué la luz desde el tallo hasta divisar un horizonte verde de hermanos que me acompañaban. Fui cobijo de vida dentro y fuera de mi. Pájaros anidaron sobre mis fuertes brazos. Las hormigas jugaron a hacerme cosquillas por todo mi cuerpo. Durante años, dos ardillas se amaron entre mis ramas y no faltó la ocasión de ser casa acogida de centenares de viajeros que necesitaban una pausa, una palabra de ánimo o simplemente divisar un rayito de luz.

Dormí siempre bajo el cielo estrellado, respirando tranquilo con la piel. Crecieron mis anillos con la tranquilidad propia de mi especie, despacio, muy despacio. Aprendí a sentir, primero mis propias ramas y después el bosque entero, como si, conectados, compartiéramos una misma conciencia. Desde las montañas a los hermanos que nacieron junto al mar, aprendí lo que ellos aprendían, sentí sus sentimientos, la brisa los colores, siempre permanecimos juntos unidos por el amor.

Lo bueno de ser árbol es que con muuuuchos años puedes sentirte sólo o percibir en ti la naturaleza plena y cuando lo consigues cada brote, cada semilla, son preciosos porque encierran el misterio de la vida, el conocimiento y una nueva oportunidad para ampliarnos, para ser más.

Soy árbol desde que el río bajó de la ladera, desde que el frío habitaba estas tierras, mucho antes que huyeran los animales, antes de los incendios, antes que el bosque se secara. Y esta mañana, tal y cómo sentí que le ocurrió al resto de los que amaba, un grupo de hombres vino a darnos muerte, dicen que para seguir construyendo, pero eso ya no importa…

martes, 6 de mayo de 2008

Del que espera y observa

La parte que está inmóvil, que permanece detenida en el tiempo imaginario, habita un faro antiguo. Decidió retirarse del mundo, o mejor dicho, entrar en el mundo de lo real de los grandes espacios abiertos sin edificios que llenen de ruido el maravilloso espectáculo del firmamento limpio, ni humos, ni muchos destellos. A esa parte, la luz fuerte le hace daño; prefiere las velas y la lumbre delicada, prefiere las estrellas y el candil al frío neón de oficina.

Tiene una bodega modesta, construida a base de los regalos de los muchos amigos que le visitan para charlar o escuchar música mientras contemplan atardece asomados desde la ventana del faro, que es como mirar el mundo desde el ojo de un dios bondadoso y antiguo.

Esa parte encontró hace muchos años el amor. No fue una explosión, sino un reconocimiento. No fue una posesión más, porque le aterra creer que tiene algo, y sabe que realmente no poseemos nada y menos a las personas; cree que las cosas le atan al mundo de las cosas y prefiere la realidad de un momento bonito que permanece en el recuerdo del alma, a un objeto pasajero. No vive sólo ni acompañado, simplemente vive pero, desde el momento que reconoció a su otra parte, le abandonó la sensación de soledad que durante muchos años le acompañó como aliada.

Comparte sus días con un perro llamado Sombra que se encarga de mantener el buen humor jugando libre, sin miedo y sin ninguna prisa. También le acompaña una gatita que llamó Nena, es negra y de noche apenas se distingue en la penumbra, salvo por sus dos grandes ojos que siempre miran llenos de curiosidad y amor.

Sigue escribiendo porque entiende más lo que le ocurre a través de la letra impresa y de esa forma no tiene vergüenza al expresar lo que siente como cuando habla. Pero últimamente sólo escribe poesías de amor que envía sin remite a mujeres desconocidas, mientras se complace imaginando la reacción de quien las recibe.

Aprendió a tocar muchos instrumentos, con el virtuosismo necesario para divertirse no más, y no es extraño que le sorprenda el amanecer ensimismado con algún nuevo sonido como quien busca una melodía que nunca llega a concretar totalmente. Procura escuchar música clásica a diario porque eso le hace sentirse más cerca de lo divino, y repasa lecturas antiguas como el que visita a un viejo amigo.

Tiene un huerto pequeño en el que planta tomates, albahaca, maría y mucha fruta. Se levanta para cocinar temprano al amanecer; después pasea para visitar a sus amigos y charlar sobre cosas trascendentales, como inventar colores nuevos, o cuál es el mejor viento para volar cometas. O el último plato que, según dice, le inspiró sirio una mañana que quiso permanecer visible en el firmamento hasta el medio día. Sigue haciendo fotos y pintando, pone incienso a sus dioses y continúa durmiendo con una catana cerca de la cama para matar los fantasmas que merodeen sus sueño. Ya no siente miedo alguno y lo único que necesita para seguir siendo feliz son cinco minutos… para seguir siendo feliz cinco minuto más y así hasta lo infinito.