He dejado pasar unos días de reflexión después de la acción del pasado fin de semana porque necesitaba asimilar lo vivido. Pero la vida continúa con la misma intensidad y unos acontecimientos solapan a otros, y no dan tregua ni demasiado tiempo al análisis.
Realmente, vivimos en el mundo de la acción y pienso que a mi edad, los 35, es cuando alcanzas la velocidad de crucero idónea. En la infancia, el tiempo adquiere una dimensión mayúscula; todo transcurre lentamente mientras, al crecer, sin saber porqué, los acontecimientos se aceleran.
Pienso que el tiempo tiene una doble realidad. Una la delimita nuestra conciencia y otra los años vividos. Esto nos da la posibilidad de aprender y no pensar que las experiencias tienen una edad definida.
Todo cuanto podamos aprender lo arrancamos de ese espacio hueco que nos separa de la simple suma numérica. Así, pido un año lleno de experiencias felices que hagan que crezca: de experiencias, de lucha para no dejar que ni siquiera bostece mi alma en guerra y, porqué no, de experiencias de Amor para identificarme más, aprender más y aprovechar el ritmo que esas dos agujas marcan.
Da igual la edad que tengas; siempre puedes abrir tu corazón y tu mente para aprender. Las vivencias no tienen edad. Las verdaderas experiencias hacen grandes a los que las viven y la sabiduría y el amor son para todos.
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