
Ayer encontré la solución. Parece una tontería, pero muchas veces está más cerca de lo que podemos simplemente imaginar. Voy a desvelarlo sin más preámbulos:
He inventado un reloj. No parece algo nuevo e, incluso, a simple vista se diría que es totalmente normal, que no resolverá nada. La única diferencia, lo que lo hace realmente especial, es su sonido. Ni tic tac, ni run run, ni rin rin. No. Mi reloj marca un rítmico sonido de tambor africano. Parece que canta una oración de felicidad.
¡Mira que lo intentamos durante años! Primero, con los jardines de árboles insensibles (ya no tenemos de los vivos). Plantamos miles de ellos, creamos espacios multicolores y visualmente todo fue perfecto pero, al poco tiempo, medimos el nivel de felicidad popular y la respuesta fue peor de lo que esperábamos: ni cuatros ‘hectolimitros’ de nada. Tratamos de mejorar el módulo de bosque/jardín y recurrimos a la biogenética el último grito en tecnología. Creamos modelos voladores Xb124 de todos los colores. Cantaban como jilgueros metálicos y, además, nos preocupamos de pintarlos de muchos y diferentes colores fosforescentes. Tampoco cambió mucho la cosa. Al tercer sondeo de felicidad popular una niña nos preguntó: “¿Cómo es posible que los pajaritos metálicos canten siempre lo mismo y a la misma hora?”
¡Que tontos! No nos dimos cuenta, incluso cuando le pusimos a uno la voz de Mick Jagger, no sirvió de nada. Los niños terminaron apedreándolos con piedras rodantes. Deshicimos el comité estatal de felicidad cesamos los cargos y recomenzamos a buscarla. Por duro que fuera nuestro empreño, juramos, los nuevos cónsules, en una tarde iluminada por los bits de colores más fuertes de un garito de moda, que no descansaríamos mientras el sondeo no diera una clara y satisfactoria respuesta: La Humanidad Es Feliz.
Continuamos investigando con muchísimas ideas fantásticas, pero contentar a todo el mundo resultó una tarea harto difícil. Siempre tropezábamos con los desenamorados, los desempleados, los desilusionados y tantos “des”, que decidimos apodar el grupo de investigación como los “contradés”, todo junto y pronunciado con la gravedad necesaria. Sonaba totalmente convincente: CONTRA-DES, grupo estatal de investigación de felicidad popular.
Pasaron dos legislaturas. Intentamos cualquier cosa para aumentar la estadística de “hectolímitros” y todo intento resulto vano e intrascendente. Tratamos de crear nuevas drogas más placenteras y alucinógenas y de poco sirvió para una humanidad intoxicada, Encontramos fórmulas para comer sin engordar, pero todos andaban un poco débiles e irascibles y, al poco, regresaron al menú estatal de siempre. El último intento fue un vídeo juego en 3-D con muchos enfrentamientos y matanza, con su parte de sexo y religión y sus pastillas para estimular las endorfinas incluidas, pero los más jóvenes permanecían enganchados al juego, mientras el resto se quejaba de lo poco que colaboraban en las tareas comunitarias.
Tres intentos más bastaron para que llegara oficialmente la orden de destituir al grupo Contra-Des y, casi como un sueño, regresó cada uno a su casa y a su tarea diaria. Cuando realmente lo dimos todo por perdido, olvidamos el pasado y decidimos que la Humanidad Feliz era algo imposible, me fumé una planta verde y, al llegar al casa, soñé que construía un reloj que marcara un rítmico sonido de un tambor africano, que pareciera una oración de felicidad. Más tarde, decidí fabricarlo. Lo más difícil fue encontrar un ritmo en forma de canon, para que siempre pudiera escucharse una bonita tamborada, independientemente de los relojes que participaran en ella. El resto del mecanismo del artilugio lo aportó un amigo ingeniero, muy sabio y paciente. Tardamos, pero conseguimos hacerlo y, al probarlo, ocurrió una cosa increíble. Poco a poco, todo el mundo empezó a moverse al rítmico sonido del tambor. Al principio, con timidez; luego, con alegría y, más tarde, con entrega.
Ese día medimos miles de “hectolimítros” por individuo y llegamos a la conclusión de que la Humanidad Feliz, ese antiguo sueño, es posible con algo tan simple como un reloj de tambor.
Dedicado a todos los que me enseñaron algo sobre la música. Gracias porque me enseñaron a ser feliz.
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