
La vida continúa es una fuerza que empuja por encima de nuestras circunstancias, de las gracias y las desgracias, del pasado, que pesa tanto como queramos cargar a la espalda, y del futuro, que importa tanto como queramos suponerlo.
Más allá de las carreras, de tener que recomenzar una rutina con la que cada vez nos identificamos menos, de vivir en ciudades cada vez más grandes, que nos hacen sentir cada vez más pequeños. La vida continúa, despiertos, dormidos o simplemente trabajando (que está en medio de los 2 estadíos), a pesar de que todo aparentemente cambie, o permanezca inmutable, de que el tiempo del corazón no coincida con el de los pensamientos, con las fechas de entrega que la sociedad nos impone, con nuestra capacidad de reacción, con la premura laboral, o con la ganas de hacer algo, simplemente algo para sentirme vivo o querido.
La vida continúa y esa constatación, en sí misma, significa que queda tiempo para buscar la felicidad, tiempo para tomar decisiones..
A veces, salgo a pasear mientras escucho algo de jazz. Es una forma de relajarme; la ciudad atardece y un montón de personas como el fluido sanguíneo madrileño cambia el trabajo para disfrutar de las tardes de este verano que se está acercando demasiado rápido a su madurez.
Madrid tiene una luz especial. Sus atardeceres se tiñen de naranja profundo y feliz, que se desliza al filo de una navaja púrpura sangrante, que muere azul y reencarna en negro. Mientras este increíble ciclo lumínico sucede, la calle es tomada por los ciudadanos; se despierta como si en la ciudad, más que atardecer, amaneciera dos veces.
Miro pasar a mi lado personas de muchos sitios diferentes; parece como si todos tuvieran dónde ir y supieran perfectamente qué hacer. Me da miedo no descubrir felicidad en los rostros que me rebasan. A veces, incluso me da miedo esa seguridad de la que no disfruto, porque soy, de los que deciden el rumbo en el momento, de los que escogen dirección según dicte el viento del amor o el de la amistad o, muy pocas veces, si me sonríe la fortuna, el de la libertad.
Luego, llego a casa y hago algo de cena, soy engullido por la rutina, acabo durmiendo entre las páginas de un libro o los despojos del corazón, en brazos de alguna ausencia que no puedo poner cara, pero que se parece mucho a cómo te sueño. Me levanto siempre apurando, escojo música y, al dirigirme al tren con esa luz tan bonita iluminando Lavapiés por la mañana, constato que la vida continúa, que queda algo de tiempo para sentirse vivo, para buscar la felicidad, para tomar decisiones...