“Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos
Españas ha de helarte el corazón”
Antonio Machado
La Ventas. Mañana del domingo 24 de Mayo de 2009. El que suscribe, llegando tarde, se encuentra con un coro de quinientas personas semidesnudas bañadas en sangre artificial, pidiendo la abolición de la tauromaquia. Rodeando al, grupo un puñado de correligionarios, policía y algún que otro nostálgico amenazante que se distingue entre la cámaras de televisión, los micros, los flashes, el silencio y la emoción contenida.
Carmen comenta que le recuerda a las dos Españas de Machado. Nos acompañan un canadiense hermanado por el destino y un antiguo soldado de correrías francesas de Carmen que aúna belleza e internacionalidad porlos cuatro "costaos" hispalenses. No puedo dejar de barruntar el comentario regalado, mientras observo a personas de todas las edades luciendo palmito y, sobre todo, mucha sensibilidad contra el horror de las corridas y el sufrimiento que generan estas en los animales y en la sociedad en la que vivimos.
¿Quién da más? Me prometo no plantarlo en tierra estéril y escribir despacio, tal y como comentamos pasado el evento ante una cerveza que atenúa el sofocante calor de este domingo de gloria, lo que sigue:
Una España escribe con tinta azul: la del petróleo y rancio abolengo, la de la tradición inmóvil del porque sí o el "por cojones", la de tu padre tiene más apellidos que nombres, la de la caza en el coto privado, los abrigos de pieles, la de más amigos
bien situados que personas que te quieren y la del oficio empresarial, familiar y hereditario.
Una España escribe con tinta verde: la de los colegios privados y las universidades millonarias con bolsa de empleo al salir del máster. Es la de las grandes mansiones, hoteles, viajes, misa de domingo y corrida, con genuflexión a la entrada del banco (“le
estábamos esperando”). Lo soportable y lo deleznable de la mano, "de toda la vida de Dios" y esas cosas, que se enmarcan dentro del balde de mierda denominado tradición, dónde lo único que no cabe es la evolución, ni por antonomasia ni por rebeldía, simplemente porque el concepto de inmutable favorece a unos pocos que siempre estuvieron y asegura el cierre al resto. A la otra España. La que no aparece en la tele salvo raras excepciones y le importa una mierda el hacerlo.
La otra España escribe en rojo, porque cada pequeño paso es el fruto de un gran sacrificio. Lo fácil o normal para algunos, es el peldaño de arriba de una escalera en la que el ascenso te cuesta la vida. La España de ese color nació marcada por el sino del “tú, no”. Es la cara invisible de todos los que salieron adelante a base de pelotas y no aparecen en la foto, porque siempre se acaba viendo el váter de los poderosos en primer plano. La España en rojo viajó desde hace poquito tiempo y accedió a las universidades con becas y con unos padres currantes que se dejaban el pellejo. Es apátrida en su esencia, ya que la forman personas llegadas de todas partes del mundo; no es limitada y reconoce a sus paisanos en cualquier parte - la miseria siempre fue patrimonio universal y la inteligencia más- y se deja la piel porque sabe, a fuerza de sufrirlo, que cualquier avance es un peldaño más de esa libertad que resuena en el oprimido, como el eco mudo de su corazón cansado.
Esa España ya no son sólo los que se escaparon o acabaron agrandando el perímetro de las fosas comunes. Somos muchos más y los que vienen te lo aseguro... No entendemos de razas, ni tradiciones. No entendemos por que tenemos que tolerar este espectáculo mal denominado la fiesta nacional. Al dolor lo llamamos sufrimiento; al poder lo miramos a la cara y simplemente, le decimos “no”. Intentamos cambiar el mundo en el que vivimos, para que nadie, nunca jamás, nos cuente que tenemos que obedecer y cerrar los ojos mientras muchas personas, millones de animales y el propio planeta, muere en aras de un progreso inexistente o, lo que es peor, de una supuesta diversión injustificable.
Yo sé de que lado estoy y cuál es mi España: la chica, la que tiene por frontera el mundo y por arma la sensibilidad. Ya no hacemos la revolución, trabajamos para que la sociedad evolucione y se sensibilice, que eso, a la larga trae más a cuenta y mata el
omnipresente fantasma de la tradición y todos los bastardos que la mantienen, mientras unos pocos se forran a costa del sufrimiento ajeno.
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1 comentario:
Hola
¿te acuerdas de mi?
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