martes, 25 de noviembre de 2008

Un solo segundo bastó para recordarte

Te escribo desde el corazón del frío en un piso pequeño en Madrid que nunca conociste.
Siempre que cae el invierno y se acerca la fecha de mi cumpleaños aumentan dentro de mi dos sensaciones inevitables. Creo que son parte de mi manera de mantenerte viva, no sólo en el recuerdo, sino en el presente del que forma parte del cofre que, normalmente, prefiero mantener enterrado en mi isla de niño perdido.
Una de las sensaciones es que sigues cerca, sobre todo en los malos momentos en los que siento la fuerza que me enseñaste a tener y muchas veces te recuerdo. Nunca pude imaginar mayor herencia que la música y la pasta y todas esas cosas que a veces se cuentan en los sitios aparentemente poco glamurosos, pero tan especiales e íntimos como lo pueden ser un fogón de cocina y un cassete reproduciendo algo de Puccini cantado por Pavarotti.
La otra sensación, la del otro lado del espejo, es que ya han pasado muchas navidades sin ti y a veces sueño despierto que soy de nuevo pequeño y paso una tarde a tu lado mientras tu relees esas novelas amarillas de acción y espionaje (Collezione I LIBRI GIALLI) que tanto te gustaban fumando un cigarrillo Benson & Hedges.
Esta tarde en una calle pequeña de Lavapiés, mientras regresaba a casa, me encontré sorprendido delante de una de esas ventanas de un bajo que dan a la calle, uno de esos que tan poca intimidad te conceden. Contrastaba el brillo amarillo de la tenue luz que proyectaba la ventana con el plúmbeo color de una tarde a punto de morir, aderezada con una lluvia tímida. Un perfecto día de mierda.
Una anciana delgada, casi huesuda como tu, se asomaba para cerrar la cortina y, al verme, nos sonreímos. Tenía el pelo blanco recogido en unos rulos de esos azules de antaño, que sirven para marcar el rizo al desplegarlos y estoy seguro de que al hacerlo nevará en algún lugar cercano.
El recuerdo fue automático y al anochecer llegaron estos pensamientos vestidos de palabras…
No quiero despedirte y dejarte con este sabor de melancolía. Quiero que sepas que estamos todos felices y luchando mucho. Yo estoy enamorado y me encantaría que conocieras a mi chica. Me escribo de vez en cuando con Ted, que sé que también te recuerda. Mamá está cada vez más chica. Creo que la gente, al hacerse grande, se acerca de alguna manera a la niñez, y es muy tierno verla cómo juega con sus perritos y cada cierto tiempo cambia el color de las paredes por uno más vivo y alegre. Su casa parece mexicana, es una niña grande y feliz.

Siento que en algún momento te reencontraré…
Dentro de nada cumplo 36 años. ¡Dios mío como pasa el tiempo, Yaya!

P.D.: Conservo en algún lugar indeterminado de la casa (ya me conoces) una lista de la compra escrita por ti en italiano, con tu caligrafía recta y perfecta que nunca aprendí ni tampoco olvidaré.