Pasa el verano y ese dios hermoso que sabe a mar, a libertad, a ‘viaja sin saber dónde llegarás, sin importante el tiempo ni las horas’. Cuatro vuelos, seis trenes, un coche de alquiler, Alicante, Lisboa, Bulgaria, el Mar Negro, casi Grecia, regreso, Málaga, Sevilla y, finalmente, Madrid me separan del pistoletazo de salida a una libertad limitada en el tiempo, pero inmensamente feliz.
Este verano me sorprendió enamorado de la mano de una mujer que adoro, me trae la felicidad que sólo el sur y ese sentimiento eterno me hace sentir. De la mano de un hermano volando quilómetros, cerveza y ciudades encantadas en un país que sabe a la antigua Rusia comunista, a Grecia, a Turquía musulmana, a personas amables por naturaleza y educación, a playas libres donde bailar y contemplar el amanecer.
No se hablar sin tener en cuenta el trozo de alma que encontré perdido en el tiempo, ni el sentimiento de fuego que recorre mis venas mientras acaricio tu cuerpo de mujer de raza y los ojos que me clavan en un minarete en el que un hombre grita a Dios, porque esa es su forma de agradecerle que te cruzaras en mi camino.
El verano continúa pero aparco mi cuerpo delante de un ordenador sin sentimientos y de un sistema más insensible que necesita que le pague el tributo de mil gotas de sangre al día a cambio de treinta monedas de oro. La libertad se vende pero no se pierde y tiembla de rabia recordando que no muy lejos el mar ruge amaneceres.
Feliz regreso a casa chicos, el que sepa dónde está, que busque dinamita para que la volemos.
Buenas noches princesa
martes, 26 de agosto de 2008
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